MOMENTO CUSCO: SIWARCITO, EL ARPISTA
Alfredo Mamani es el Siwarcito y estará presente en Momento 2017. Su historia de empeño y talento apunta a rescatar el arpa andina cusqueña.
Alfredo Mamani es el Siwarcito y estará presente en Momento 2017. Su historia de empeño y talento apunta a rescatar el arpa andina cusqueña.
Escribe @paolamiglio (Instagram @paolamiglio)
Siwarcito es pequeño. Su arpa andina lo sobre pasa en tamaño, sin embargo, la acomoda con destreza y la domina con facilidad. Se planta firme en unos de los corredores de la urbanización Zagúan del Cielo en Cusco, delante de un florido jardín. La tarde está cayendo y comienza a dar los primeros toques a las cuerdas. Es una canción suya, porque él también es compositor. Detrás, un picaflor hace de las suyas mientras la música fluye. El arpa andina cusqueña es casi un instrumento en extinción. Hoy, tenemos el privilegio de sumergirnos en sus acordes.
Alfredo Mamani Pizarro, Siwarcito, tiene 33 años y comenzó con la música a los 15. Sus padres, que emigraron a la ciudad de Cusco desde las provincias de Canas y Anta, aderezaron su infancia con canciones de Montoya y Los Puquiales, entre otros. Ellos no tocaban, solo le hacían escuchar. Alfredo seguía el ritmo y se contagiaba también de sus vecinos que organizaban reuniones familiares donde el huayno tradicional cusqueño mandaba; y de su prima, Flora Huayta, la Golondrinita de Coya, a quien escuchaba cantar. En el colegio se animó a entrar a la banda como percusionista. Fue entonces que conoció a Héctor, un joven que se convertiría en uno de sus mejores amigos y quien lo introduciría más a fondo en la música. “Él me animó a entrar a la escuela de música, porque mi papá quería que estudiara ingeniería, para ser maestro de obras. Ingresé a los 18 y la idea era crear un grupo”, recuerda.
Lo hizo. Además Alfredo bailaba en una agrupación de danza , la música le seducía desde distintos ámbitos. Se juntó con cuatro amigos (Lucho, Percy, Carlos y Héctor) y empezaron a tocar en varios lugares de la ciudad. Mientras tanto, en la escuela se decantó cinco años por el piano, aunque, confiesa, vivía enajenado por el sonido del resto de instrumentos. Su curiosidad por el arpa se empezó a cultivar: “me fascinaba cómo tocaban los arpistas, la forma de colocar sus manos. Me preguntaba cómo no se confundían con tantas cuerdas. Así me comenzó a gustar, pero en la escuela no había arpa y tuve que inclinarme por los instrumentos existentes”. Es luego de terminar que comienza la búsqueda. Alfredo decidió investigar el arpa con sus propios recursos.
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En Cusco no hay maestros que se dediquen a dar clases de arpa andina. La enseñanza es muy tradicional y se hereda de padre a hijo y a nieto. Formar parte del círculo es complicado, sobre todo si no tienes familiaridad o proximidad con el experto. Entonces, cuando quieres aprender, se utiliza “el cariño”: tienes que primero ganarte a la persona. Esto es por lo que apostó Alfredo. Al principio le cerraban las puertas. “Recuerdo que el señor Flores me hizo mi primera arpa, con cuerdas de metal, y me dijo que al terminar me enseñaría. Cada vez que me citaba a su local, no estaba o se iba a sus conciertos. Luego encontré a otro maestro, me decía que vaya, agarraba el arpa y empezaba a tocar y se iba; me dejaba solo. Hubo uno al que perseguí hasta su casa por varios meses, pero fue inútil”, recuerda. Alfredo vivía frustrado y decidió empezar a investigar por sí solo. Ya tenía conocimiento de las posiciones y acordes, así que a partir de ahí se nutrió de la información de pequeñas revistas que vendían en los talleres o en las tiendas de música. “El arpa no es tan lejana al piano. En realidad es su ancestro”, afirma mientras sigue hablando de claves y partituras.
El problema que tuvo Alfredo es común y peligroso. Si no se enseña el arpa andina cusqueña, el intrumento puede desaparecer. No todos nacen con el talento y si en la familia de un maestro no hay postulantes interesados, la información se pierde. Así, para completar sus estudios y avanzar en su aprendizaje, tuvo que trabajar duro para ganarse el favor de Alejandro Huamán, un gran artista que toca para la familia Pilca, quien le enseñó algunas pautas. Ambos son arpistas del coro de Chaiñas y cantores del Señor de los Temblores. “Me lo gané con el cariño –confiesa entre risas-. Entonces él me alimenta en el aprendizaje y la ventaja es que es zurdo: cuando toco su mano no me tapa. Es mi reflejo”. Adicionalmente, una temporada en Lima, en cursos del Conservatorio de Música, sirvieron para seguir aportando en la materia. Aprendió más sobre el bajillo y la posición de las manos.
Para Alfredo no hay límites. No es fácil seguir y perdurar en lo que ha elegido. Reconoce que el piano le ha dado una buena base, pero quiere más. Para seguir avanzando, busca nutrirse mirando videos de artistas extranjeros, examinándolos al detalle. Su capacidad de absorber información y camnalizarla de manera adecuada es asombrosa. Es pues, casi un autodidacta del arpa andina cusqueña, hoy compone piezas que se ubican en un estilo tradicional con pinceladas contemporáneas y, sin darse cuenta, ha comenzado a desarrollar un lenguaje propio. Hace dos años Alfredo grabó un disco llamado Sueños de Luz, en el que plasmó nueve temas, siete suyos y dos del repertorio tradicional cusqueño. “Para no alejarme. Esa es mi ancla”, puntualiza.
LOS DATOS
El 16 de febrero arranca Momento, organizado por Mater Iniciativa. Durante tres intensos días, científicos, artesanos, productores, agricultores, cocineros e investigadores se reunirán en la Hacienda Urubamba de Inkaterra, en el Valle Sagrado de Cusco, para dialogar y compartir sobre gastronomía y todo aquello que la rodea.
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