LOS TEMPLOS PAGANOS, LA RUTA QUE MUESTRA EL OTRO LADO DE CARACAS
En Caracas, tres amigos organizaron una ruta de bares inspirada en una tradición de Semana Santa.
En Caracas, tres amigos organizaron una ruta de bares inspirada en una tradición de Semana Santa.
Escribe Daniel Quintero (IG @danielquintero) / Fotos Marcelo Volpe y Maxwell Briceño
Caracas, una ciudad de contrastes, fue alguna vez conocida como la «sucursal del cielo», donde las divisiones culturales, sociales y raciales eran invisibles hasta que se usaron como herramientas políticas. Este cambio profundo no solo dividió al país, sino también la capital, creando una barrera entre el este y el oeste, particularmente durante la noche. Hoy, iniciativas como la de Freddy De Freitas, Maxwell Briceño y Marcelo Volpe han ayudado a recuperar espacios y a integrar la ciudad, como siempre debió ser. Hoy se las contamos.
Una de las tradiciones más afianzadas de la Semana Santa (no solo en Venezuela sino en toda Latinoamérica) se vive cada Jueves Santo y consiste en visitar siete iglesias, en referencia a los siete lugares sagrados que Jesucristo visitó la noche anterior a su crucifixión. En Caracas, muchas familias acuden al centro de la ciudad para recorrer los templos La Candelaria, Sagrado Corazón de Jesús, Santa Teresa, San Francisco, Santa Capilla, Altagracia y la Catedral, para luego almorzar en los restaurantes de la zona, como el que tenía el padre de Freddy De Freitas: un restaurante que desde 1984 ofrece especialidades españolas. Se llama La Posada de Cervantes y tiene en su puerta un busto del autor español, en su decoración destacaN la madera oscura, los manteles blancos y las alusiones a la tauromaquia. Hoy esta tasca está en manos de Freddy y su hermano Juan Carlos, primera generación de portugueses nacidos en Venezuela.
Con el tiempo, Freddy se empezó a dar cuenta que durante esta tradición, alguna que otra persona no tan motivada por la religión desarrollaba otro estilo de peregrinaje: amigos que compartían los mismos intereses, visitaban los bares en vez de ir a las iglesias. Al ver que la costumbre sumaba adeptos, Freddy tuvo el chispazo inicial: diseñar un recorrido exclusivo para ese público.
En 2023, unos días después de Semana Santa, Freddy organizó el primer “peregrinaje” con los documentalistas Maxwell Briceño y Marcelo Volpe, quienes ya investigaban los puntos importantes al oeste de la ciudad. Fue así como dieron origen a La ruta de los Templos Paganos.
“La ciudad se ha venido a menos, muchos de estos locales icónicos han desaparecido”, comenta con cierto pesar Freddy, mientras trae a la mesa un plato de langostinos jumbo en mantequilla y ajo: “llegaron esta mañana”, agrega, antes de explicarnos la iniciativa. El tour incluye movilidad, una bolsa de monedas simbólicas intercambiables por cerveza en cada local, momentos para disfrutar comidas y mucha diversión. “Con cada salida vamos rotando los bares, así le damos oportunidad a todos y eso los ayuda a mantenerse a flote”, comenta. Fue un viernes cuando vivimos la experiencia junto a un grupo que tomó el taller de escritura Crónicas Paganas, dirigido por Jonathan Gutiérrez en su plataforma Historias que Laten. Fue un tour especial, con 10 paradas (y no siete) en la zona oeste de la ciudad. Nos reunimos a las tres de la tarde en un centro comercial del este de la ciudad, donde nos recogieron dos movilidades. Así arrancamos.
Primera parada: La Posada de Cervantes. Comenzamos en la tasca de Freddy, donde después de varios piqueos nos entregan las monedas Polar para el pago de las cervezas y nos dan las instrucciones: dejar los prejuicios en el carro, ir al baño solamente en los lugares que se indiquen, mantenerse hidratados (hay botellas de agua en la van), no separarse del grupo y pasarla bien, porque para eso estamos.
Segunda parada: El Torero. Está en Catia. Es un bar cuyas paredes están llenas de objetos, al mejor estilo de la serie Acumuladores: hay desde patines y juguetes, pasando por teléfonos, hasta cámaras de seguridad y armas blancas del ex Centro Penitenciario Retén de Catia (demolido en 1997). La colección se originó porque Evaristo Soto Ramírez, su dueño, aceptaba objetos como forma de pago. Después de explorar el interior, nos sentamos en un banco en el porche de esta casona de grandes ventanales y puertas de más de tres metros de altura que terminan en arco. Construida en 1929, es una de 12 que tienen fachadas idénticas y por su valor urbano fue declarada Patrimonio Cultural de la Nación en 2009. Un par de vecinas que trabajan como enfermeras en un hospital cercano nos acompañaron y cerveza en mano comentaron que acuden al «templo» hace ya más de 12 años: «Una cerveza después del turno, un cigarro y a la casa”.
Tercera parada: El Ruedo. Regresamos al centro de la ciudad, al barrio de La Candelaria, una zona que durante el siglo XX estuvo habitada por inmigrantes españoles y portugueses. Desde 1942, El Ruedo ocupa el mismo lugar, una de las tantas esquinas que en Caracas adoptan el nombre por sus historias. Esta se llama Miguelacho a Peligro: Miguelacho por quien regentaba una pulpería a principios de 1800 y era protector de niños y desamparados; y Peligro porque en el otro extremo de la calle había un descampado con chozas donde los delincuentes robaban a los transeúntes. Hoy, El Ruedo es atendido por Paco Fuentes, su tercer propietario y, bajo su gestión se enfrenta a un contraste entre el clásico local de madera y las modernas luces led. La comida aquí es deliciosa: probamos la tortilla española y la empanada gallega, y de no ser por lo extenso de la ruta, es un lugar para quedarse a comer y disfrutar de una copiosa comida.
Cuarta parada: El Gardeliano. Se dice que en 1935, dos meses antes de su trágica muerte, Carlos Gardel visitó Venezuela. El 25 de abril desembarcó en el puerto de La Guaira y subió a Caracas en tren, en el ferrocarril que desde el siglo XIX conectaba a la capital con la costa del Caribe. Llegó al terminal de Caño Amarillo, en medio de la muchedumbre que lo esperaba. Algunos aseguran que “El morocho del abasto”, en su tramo a pie hasta el hotel Majestic donde se hospedaría, entró a este bar a refrescarse y tomó un vaso con agua. Aunque no existe documentación alguna que compruebe la historia, desde entonces el bar La Estación se conoce como El Gardeliano. La memoria de Carlos Gardel está presente en cada rincón: un mural con el rostro del ídolo argentino cubre una de las paredes, lo mismo que uno de sus discos. Desde la puerta de este bar vemos la restaurada Villa Santa Inés, residencia del expresidente Joaquín Crespo, construida en 1884.
Quinta parada: La Mata. En una esquina del barrio San Agustín del Norte se encuentra un bar que se supone tiene la licencia de licores número 2 de la ciudad. En la puerta batiente, que nos recuerda una película de vaqueros, se lee “Bienvenidos”. Hay paredes de color azul, una barra de madera con sillas altas ancladas al suelo, imágenes religiosas y fotos de políticos. Este bar abre cuando cae el sol y cierra cuando se va el último cliente, sea a la medianoche o las cuatro de la madrugada. Su historia es vaga, se dice que tiene 100 años, pero no hay registro certero de su fundación, tampoco de la licencia número 2, como aseguran sus clientes octogenarios. La leyenda urbana dice que la licencia 1 estaba en el barrio de San Juan, la número 2 en San Agustín del Norte (aquí) y la número 3 en La Pastora; hoy no existen ni el 1 ni el 3. “Antes ofrecíamos ron y vino, pero la situación cambió y ahora solo ofrecemos cerveza”, cuenta Simón Quiñonez, quien desde hace 40 años gerencia el espacio con su hijo Simón. “Éramos tantos que nos rotamos para entrar y luego seguíamos compartiendo afuera”, recuerda.
Sexta parada: Las Lavadoras. En el punto que divide el barrio de San Agustín, hacia el lado sur hay un “patio de bolas criollas”, un deporte venezolano en el que los jugadores buscan colocar sus bolas lo más cerca posible de una pequeña pelota llamada mingo. Se juega en una cancha rectangular y la estrategia incluye lanzar con suavidad (arrime) o con fuerza (boche) para posicionarse mejor o quitar bolas del oponente, un juego similar a la petanca francesa o al tejo colombiano, seguramente herencia italiana y familia de las bochas. La entrada está camuflada entre grafitis y un pasaje con viejas lavadoras, de ahí el nombre. El espacio fue creado por Luis Enrique Alzuro hace más de 40 años para ofrecerle a la comunidad un lugar seguro para jugar y bailar salsa. Hoy lo maneja su hija Cata. Desde que entramos la música se apodera del cuerpo, la energía caribeña se enciende y sin conocerte, la gente grande te invita a bailar, mientras algunos más jóvenes juegan en la cancha.
Séptima parada: La Vinatería. En Quinta Crespo, a un par de cuadras de los estudios de Radio Caracas Televisión, otrora principal centro de producción de telenovelas de Latinoamérica (como Cristal y La Dama de Rosa), se encuentra esta tasca española con luces tenues, muebles de madera oscura, barricas de vino e imágenes taurinas que decoran las paredes. Un espacio más largo que ancho en el que la barra ocupa el centro del local. Al final hay un pequeño ´tablao´ desde donde un grupo canta en vivo grandes éxitos del merengue dominicano. La Vinatería funciona como restaurante y tasca, abrió en los ochenta y, por su ubicación, solía ser el lugar de almuerzo de las celebridades y, en algunos casos, los actores y directores se quedaban hasta para la cena. Cuando se mira hacia la puerta, la ventana principal es un vitral de distintos tonos de verde con forma de hojas de parra, el templo del vino y la música.
Octava parada: Las Delicias. La noche sigue avanzando y comenzamos con los templos extra de esta ruta. En La Pastora, parroquia Altagracia, muy cerca de la montaña Ávila que flanquea el norte de la ciudad, está La Delicias. Gustavo Soto es el propietario de este bar cubierto con recuerdos, cuadros, fotos, pósters, letreros luminosos, decoraciones de Navidad o de carnaval, imágenes religiosas, salseras y hasta políticas. En Las Delicias la música suena a un volumen que permite tanto bailar como conversar. Gustavo es la segunda generación de propietarios, su padre manejaba este espacio que tiene entre 80 y 90 años. Un vecino nos precisa que abrió tras la caída del dictador Juan Vicente Gómez, en 1935.
Novena parada: La Quintana. Sabana Grande es una zona comercial y residencial de las más importantes de la ciudad. Se ubica al este del centro y ha sido una de las más golpeadas por la desidia de los gobernantes municipales de las últimas décadas. Desde los cincuenta y por 30 años fue el centro de la moda y la gastronomía. Los restaurantes españoles, italianos e incluso locales para jóvenes estaban en algún punto de La Calle Real, en ese barrio. A finales de los ochenta se instaló La Quintana, un restaurante de cocina española que aún está en la Av. Francisco Solano López, donde también estaban Las Rías Gallegas, La Cazuela y El Lagar. Mesas de mantel blanco y una decoración y gastronomía de estilo español invitan a descansar un rato de tanto baile.
Décima parada: El Especial. En Sarría, nuevamente al oeste, este bar que algunos llaman “La Especial” (y no el, como es su nombre) es uno al que los vecinos de la zona van religiosamente a bailar y a desconectarse de la realidad. El local abrió en los años sesenta y hoy es propiedad de Delio Sojo, quien todas las noches atiende desde la barra con su hijo. Las paredes están cubiertas de discos de vinil y pósters de La Fania; desde la barra de madera lateral se sirven además de cervezas, ron, whisky, anís, ginebra y vodka puros, mientras las parejas bailan “hasta que el cuerpo aguante”.
Parada 11: La que no se pudo hacer. En algún momento, el centro urbanístico con las torres más altas de Latinoamérica (de 1979 a 2003) era Parque Central, ícono de la modernidad, en cuya estructura existen edificios residenciales, de oficinas, cines, comercios y museos, todo en un espacio de 10 hectáreas en la urbanización El Conde. Uno de los bares que planeábamos visitar estaba en este complejo, El Mesón del Parque, pero el local cerró sus puertas unos días antes de este tour. “Su ubicación era complicada para la gente que iba sola, esto lo hizo inviable”, nos comentan los organizadores con algo de pesar.
Cada uno de estos bares son negocios familiares que le muestran a nuevos comensales que hay vida del otro lado de la ciudad, que hay una cultura que aún no se pierde. Los propietarios y asiduos reciben las visitas con brazos abiertos y te preguntan cuándo vuelves, como si te conocieran de toda la vida. Son la calidez, las sonrisas y la alegría que se comparten cada noche en las tascas de una Caracas que se niega a apagarse. Iniciativas como la de Freddy y Marcelo mantienen la gastronomía y la memoria histórica y el apoyo de la empresa privada es fundamental (como el de la cervecería Polar). Así, han conseguido edificar una propuesta robusta.
Pueden conocer más de La ruta de los templos paganos visitando sus redes @lostemplospaganos.
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