
DE LA EDITORA: BITÁCORA DE PUNTA HERMOSA, PORQUE NO TODO ESTÁ EN LIMA
Volvemos al balneario del sur y encontramos revolución. Un pueblo vivo, plagado de proyectos, efervescente en iniciativas
Volvemos al balneario del sur y encontramos revolución. Un pueblo vivo, plagado de proyectos, efervescente en iniciativas
Escribe Paola Miglio (IG @paola.miglio)
El aroma a balneario antiguo, a patio de playa, a arena quemada cuando cae el sol. La sal que deja brillo en el cuerpo, el heladero y los guargüeros de toda la vida. El primer chapuzón frío, la ola que revuelca, la ducha fresca después del día de mar. Los balnearios de Lima, esos de corazón viejo, tienen algo de la poesía de Juan Gonzalo —Rosé—, de esa eterna cadencia que invita al remoloneo tarduno con copas de vino, raspadillas rojo pasión y Glaciales (helados de hielo) de coco. A vivir en otra exacta dimensión. Hoy volvemos a Punta Hermosa y encontramos revolución. Ya no son tiempos quietos, pero ante el despertar, sí se logra mantener ese letargo encantador que invita a hacer todo con paciencia. A pesar de que el sol queme y ya no estemos en los ochenta.
Dicen que todo comenzó a transformarse luego de pandemia, quizá un poco antes. Cuando muchas y muchos dejaron la ciudad y se mudaron a vivir a Punta Hermosa todo el año. El espacio que antaño solo se animaba en verano, paso a ser pueblo vivo, plagado de proyectos, efervescente en iniciativas. Además, en la actualidad es considerado como uno de los distritos más seguros de Lima (F. INEI), y ya se oyen murmullos de la venida de un tren que comunique la zona de manera directa con la metropolitana. Pero más allá de si es cierto o no, lo único claro es que toma igual de tiempo llegar a Punta Hermosa que a cualquier otro lugar dentro de la ciudad, así que el cambio de dirección no fue problema para muchos.
Se comenzaron a abrir cafeterías que funcionan hoy todo el año. La eterna Doris ya tiene dos pisos de dulces en su casona blanca y celeste y Terra Olivo amplió con importancia el pequeño local donde comenzó; a los clásicos como La Casa de Gloria y Don Angelo, se sumaron otros más especializados como Nina Pacha, donde Ezequiel Lescano trabaja con productores de café de distintas partes del país, lotes pequeños, sabores profundos. La pasión por el grano se le escapa en la mirada o cuando explica cómo fue cultivado, cómo trabaja el producto de La Chacra D’dago, en San Luis de Shuaro (Villa Rica). Hay media lunas de impacto, clásicas y rellenas de manjar oscuro o dulce de leche, y pizzas y croissants bien ejecutados.
Mientras seguimos andando después de las primeras tazas de café mañaneras, pasamos por el mercado, donde más organizados que nunca los jugueros ofrecen especiales recién hechos y panes con tortilla. Hay panaderías de masa madre, tiendas orgánicas, paseo establecido para compras de boutique. Isla Ballesta no tiene descanso: mientras 20 sobre 20 ofrece carnes de vacas criadas por ellos mismos, un saxofonista anima la esquina de Cañete, un restaurante que pone énfasis en la cocina marina guiada por Jair Montesinos. Ostras y conchas de Casma, pesca del día, pejerreyes cual boquerones, erizos dulces y navajas refrescantes. Hay carta de vino y curaduría de Luis ‘el Chino’ Flores en el bar. “Hemos abierto San Vicente hace un par de semanas”, nos cuenta el dueño, Humberto Córdova, quien también se mudó a la zona con toda su familia y sus cinco perritos. San Vicente es un proyecto más mediterráneo, con la misma calidad de insumo, pero soltando más la carta y saliendo de lo que vendría a ser una estricta cebichería. Pasta, sardinas, pan tumaca, también Jair en los fogones, el Chino en la barra y postres como un estupendo mil hojas de manzanas de la mano de Enzo Vitale. “Es buen postrero, ha hecho la carta dulce”, nos comentan. Y seguro que se viene nuevo proyecto, porque ya Humberto piensa en panaderías, en pasteles y tiendecilla gourmet.
La visita no se prolonga más porque el regreso toca temprano. La deuda para volver queda. Felizmente un día antes nos zambullimos día y noche en Navegante, donde Diego Muñoz ha encontrado la sonrisa más libre de todos los tiempos. Junto con Dana, su pareja (también viviendo muy cerca de Punta Hermosa ambos), y el Chino, manejan desde el año pasado un pequeño local de cocina abierta con pocas mesas y buena rotación. Los días en verano arrancan temprano y las tardes se prolongan hasta el cierre nocturno. Su cocina es abierta, querendona, abrazadora, no da pie a error: su cotoletta tierna y crujiente, su embriagadora pasta con mantequilla de erizos, las croquetas de jamón, la carbonara que nos sirve esta vez en la zona del bar: al dente, cremosa, jugosa. El despliegue de vinos elegidos con acierto y meditación es fruto de investigación y aprendizaje constante, y los cócteles del Chino de nitidez absoluta: capitanes, negronis y otro tanto bien equilibrados. Hay chamba y harto corazón.
Tenemos anotado volver, revisitar los clásicos y, sobre todo, porque inaugura pronto Triciclo Obrador: pan, pizza y vino de la mano de Rodrigo Villanueva (Calavera Pizza) y Paula Arbulú con Giuliano Giunta (O Proyecto Gastronómico). Hay vida nueva en Punta Hermosa. Hay entendimiento de partes, de vieja escuela y juventud que prefiere lo tranquilo y se entrega a proyectos que les cambian el rumbo. Hay posibilidades de más, nos dice el Chino convencido de que este será, si ya no lo es, un nuevo polo gastronómico todo el año. No donde los restaurantes limeños repitan, sino donde se creen nuevos conceptos para comensales y curiosos. Que ese espíritu de apertura se mantenga, Lima siempre no puede ser todo.
En estos últimos años, la propuesta de Punta Hermosa no solo ha incrementado, sino que también ha mejorado en calidad de comida, servicio y diseño.
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