ANGÉLICA CHINÉN, EJEMPLO DE RESILIENCIA: SU HUERTA-CHINÉN ATIENDE PARA LLEVAR Y DELIVERY
La carta de la Huerta-Chinén se redujo, pero se mantiene activa con la abundancia y sazón de toda la vida. Hoy hay menú, algunos a la carta y combinados.
La carta de la Huerta-Chinén se redujo, pero se mantiene activa con la abundancia y sazón de toda la vida. Hoy hay menú, algunos a la carta y combinados.
Texto y Fotos Paola Miglio (@paola.miglio)
Angélica Chinén Garay es la creadora de la Huerta-Chinén, ese huarique de mercado en el que hemos caído más de una vez para gozar de pepianes, causas, costillares y hasta patita con maní. Angélica tuvo que apagar fogones cuando empezó la cuarentena, pero los prendió la semana pasada. Este tiempo ha sido de aprendizaje y lucha, como su vida siempre: la sonrisa y la energía, a pesar de la adversidad, no se le ha borrado, es mágica e inolvidable.
Angélica Chinén, dueña del conocido huarique surquillano Huerta-Chinén, tiene raíces niponas. Hija de un japonés que llegó a Lima en tiempos de guerra, con los primeros migrantes; y huanuqueña, doña Noemí. Sus padres trabajaban juntos en un restaurante criollo de familia japonesa y ahí surgió todo. Pero a su papá, Angélica no lo recuerda mucho, a pesar de que le cuentan que ella es su vivo retrato y es de quien le viene lo cocinera. Lo dulce es de doña Noemí. “Con mamá pasamos necesidades muy fuertes. A los cinco años yo ya sabía hacer arroz, a los ocho preparaba guisos y sopas. Mis hobbies fuertes eran la cocina y las manualidades. Tengo seis hermanas más, de papá y mamá somos dos, y tengo medios hermanos en Japón que no conozco. Soy la mayor, entonces cuando era pequeña, mis hermanas se quedaban y mi mamá salía a vender fruta. Cuando fui creciendo, a los siete años yo también vendía”, cuenta.
¿Y la escuela? Empecé a estudiar muy tarde, a los 11 años recién entré al colegio. Pero tenía mis habilidades porque vendía fruta, pan. Vivía en Independencia y vendíamos caminando. Estudiaba en el cole y trabajaba. Antes se estudiaba en dos turnos, salía iba a comprar panes y pasteles. Era bien humilde, no me quejo. Esas necesidades me hicieron más fuerte. Terminé mi primaria de día y a los 15 ya trabajaba en panadería con un tío, así que la secundaria la hice de noche. Luego trabajé en bicicletas Mister y lo matizaba con el trabajo en restaurantes. Pero también era fiestera, bailaba de todo, iba al Majestic, me acuerdo. Mi hijo hoy baila danzas folclóricas, estudia teatro en la universidad Católica. Tengo dos, una mujer y un hombre.
Te casaste joven. Me comprometí con el papá de mi hija, que trabajaba en la bodega del tío. Él era de Hong Kong. Yo hablaba un poco de japonés. Abrimos un negocio en Breña, una cantina llamada Kwan (su apellido), y los fines de semanas preparaba comida y vendía en el mercado de la vuelta. He tenido amigos y amigas, ha aprendido lo bueno y lo malo, pero mi meta era hacer algo, tener un restaurante o estudiar. La cantina duró unos siete años y mientras tanto me metía a cursos de cocina, chifa, repostería y todo. Juntaba a mi grupo de amigas y les enseñaba en clases particulares cocina y manualidades. También hubo una época en la que trabajé vendiendo juguetes en la Av. Grau. Siempre en público, con gente, en la calle. No estoy preparada para oficina. En el 93 se fue Kwan, mi hija estaba en tercero de media, él se regreso a su país.
¿Cómo llegas al mercado de Surquilo? El negocio del mercado me lo dejó un primo de Kwan. Vendía chifa y se iba a la selva a vivir, me dijo para quedarme tres meses y mira, hasta ahora. Seguí con chifa un tiempo más pero el público me pedía criollo, cau cau, escabeche. En marzo de 1984 entré al mercado, a un puesto pequeño que luego expandí a cinco (dos suyos y tres alquilados). Mi proveedor de abarrotes se apellidaba Huerta, José Huerta era soltero y sin hijos ni compromiso. Resultó que a los dos nos gustaba el fútbol y en el mercado se hacían campeonatos de fulbito, él iba por su sección y yo por la mía. Así nos conocimos, nos enamoramos y seguimos juntos en Huerta-Chinén.
En un momento tu trabajo en el mercado se vio interrumpido. Sí, tuve que parar por un problema en la columna, me operaron, no fue fácil. Contraté a una cocinera y me falló a los 45 días. Tuve que meterme. Tenía una técnica en casa que me cuidaba. Cuando se enteró que iba a ir a cocinar, me dijo: “oye, pero el doctor no quiere”. Le respondía que solo iba a indicar lo que se tenía que hacer. Luego me tocó operarme de la columna un 12 de enero de 2017. Salgo mal y me vuelven a operar a los cinco días. Fue grave. Después de la segunda operación ya flexionaba las piernas, pero no caminaba, no pisaba. Me faltaba la terapia. A veces ando en silla de ruedas, solo camino 10 a 15 cuadras, no me esfuerzo. Hasta ahora sigo con la terapia.
Quién te ve, no lo imagina. Suelo levantarme desde las 4:30 de la mañana y trabajar hasta las 7:30 de la noche. Tengo cocineras que me ayudan y .para la atención prefiero trabajar con chicos porque cargan. Cuando empecé contraté a un chico de la comunidad LGTBIQ, luego vino otro y más. En eso hemos luchado mucho, porque hay clientes que no los aceptan y hay que entender que todos somos humanos y cada uno tiene derecho a ser como es. Bueno, entonces me levanto temprano, pero dejamos las compras un día antes y todo picado, me voy a mi terapia, ayudo a mi hija en su negocio y lunes descanso, me dedico a dormir, también a hacer mis chequeos médicos o, antes de la pandemia, me iba a comer a un restaurante. Me gustan los guisos, las pastas y caldos. Me iba a Isolina, al Segundo Muelle.
Angélica, la pandemia ha implicado un esfuerzo más en tu vida, en esa que ya habías acomodado y gozabas con tu familia. Esto nos agarró de sorpresa, no estábamos preparados, dejamos cosas avanzadas, no se podía atender al público. Cumplimos a cabalidad con toda la cuarentena y ahora arrancamos de nuevo. Dividimos los espacios, se han hecho mesas de acero, hemos tapado con acrílico la sección cocina, la de despacho, el taller donde se reciben los productos, todo está divido. Hemos presentado nuestros documentos, como corresponde, y logramos funcionar con recojo en tienda y delivery, trabajando con el mismo personal.
Todos tus proveedores estaban en el mercado antes de la pandemia, ¿siguen siendo los mismos? Sí, claro. Porque selecciono mi mercadería. Si la cebolla me tocó mal o la papa, me las cambian. La verdad nos tenemos que apoyar, todos cumplen su protocolo. Ahora hay que salir delante, y mi mayor deseo es que otras mujeres vean que en la vida hay de lo bueno y de lo malo, aprendí de lo malo para mejorar, del sufrimiento para mejorar. La humildad te hace ser humano, puedes tener todo lo que quieras, pero sin humildad no hay nada.
Tu Huerta-Chinén, esas mesas abarrotadas de gente, de conversaciones y risas, se ha convertido ahora en una efectiva planta de producción y despacho. En días normales recibíamos unas 300 personas, y los fines de semana unas 500. Ahora he tenido que reducir la carta, vamos a sacar tres o cuatro variedades, un menú y, los fines de semana, algunos especiales. El menú está S/ 14 y se reparte hasta a 2 km a la redonda. También habrá recojo en el local y pueden venir con sus viandas desinfectadas para rellenarlas. Ojalá que las cosas mejoren, siempre se ha sabido que tiene haber limpieza, pero ahora hemos reforzado y tratamos de cumplir con todo.
LOS DATOS
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