WASICHAKUY, LA CELEBRACIÓN DE TECHAR UNA CASA
Techar una casa o wasichakuy es una celebración: se toma, baila come, pero más que todo, se trabaja el uno para el otro. Hoy una breve historia de la comunidad Mullak´as-Minsminay.
Techar una casa o wasichakuy es una celebración: se toma, baila come, pero más que todo, se trabaja el uno para el otro. Hoy una breve historia de la comunidad Mullak´as-Minsminay.
Texto y fotos Francesco D´Angelo, antropólogo, para @materiniciativa
Wasichakuy es techar una casa. En quechua wasi es casa y chakuy implica techar en ese contexto. Este no es un día cualquiera de trabajo: es el último de día de trabajo. Todo el trabajo realizado y recibido por los presentes es agradecido por los dueños de la nueva casa y celebrado por la comunidad.
“Hay techo donde el Basilio” – me dice Eriberto.
El camino es pronunciado, húmedo y resbaloso. Ya hay personas en el techo cargando tejas y no son ni las siete de la mañana.
“Gracias, Pancho” – me recibe Basilio, mi patrón hoy.
Trato de entrar a la cocina para saludar a las señoras y todos se ríen. Me quedo a medio camino… les da tanta risa que no puedo evitar reír con ellos. Subo al techo todo colorado y recibo un vaso grande de chicha de las manos del tío Paulo. Los comentarios y carcajeos en quechua siguen. Después entendí a qué se debían.
La construcción es un espacio completamente masculino: el tío Paulo está de urk’ero, Jaime de maestro de obra, Antonio hace barro y John se encarga de la polea para subirlo. Los demás cargan tejas, ponen barro o cortan carrizo. Pero no todo gira en torno a la construcción: sin chicha y comida no hay trabajo.
La cocina es un espacio completamente femenino, por eso rieron cuando traté de entrar. Las mujeres se sientan alrededor del fogón mientras preparan el picante: algunas en bancas otras en el suelo. Niños juegan y corretean, se escuchan llamadas de atención, gritos y carcajadas. Mientras van alistando todo para la comida, algunas salen de la cocina de cuando en cuando a supervisar si falta chicha y rellenar los porongos de plástico. En un día ceremonial, los roles de las mujeres y los hombres son muy marcados y complementarios.
“Pasa ese balde, apuray” –me grita Rómulo-. Paulo ríe mientras me alcanza otro vaso de chicha. Los baldes están llenos de barro listo para ser puesto sobre el carrizo y fijar las tejas. Avanzamos. Soy uno más. Uno más lento, parece. Me apuran y apuro a los que pisan el barro, el encargado de la polea para subir los baldes me ayuda. No me permiten dejar de tomar chicha y la altura me empieza a poner un poco nervioso. Equilibrio es una habilidad que me gustaría tener en este momento. No me permiten dejar de tomar, cuando de pronto llega mi salvación…
“¡Hamuy!”
El picante está listo. Todos bajamos del techo para compartir mote y ensalada de cebolla, tomates y rocotos. Los hombres seguimos separados de las mujeres. Hay que recuperar fuerza y ver si acabamos antes de que nos ganen las primeras lluvias.
A medio picantito le pregunto a Antonio a qué se dedica.
“Al trabajo, pues”.
Insisto.
‘Trabajo, pues… a esto no más”.
No es que no me entienda, es que mi pregunta no se puede entender, el que no entiende en ese momento soy yo. Antonio se dedica a trabajar en casas o en chacras. Ninguna de estas actividades le retribuye dinero, Antonio trabaja en Ayni. Trabaja para los miembros de su comunidad cuando se lo piden, ellos a cambio trabajarán para él cuando lo solicite. Estas formas recíprocas fortalecen las relaciones entre miembros de una comunidad y es la única forma que conocen de sobrevivir.
Si en la ciudad necesitas capital para tu negocio, ahorras los frutos de tu trabajo -lo requiere mucha disciplina porque los podrías gastar en otras cosas-. En el campo lo normal es que tu trabajo para otros se compense con comida, chicha y trabajo para ti. Es decir, todo tu trabajo para otros es a cambio de hacerte fuerte y ahorrar. La vida de campo es dura y esta forma de economía laboral simplifica las decisiones de ahorro.
Volvemos al techo y noto mis habilidades afinarse. Me las arreglo para trabajar y moverme de un lado a otro: tengo que evitar contacto visual con el tío Paulo que me quiere dar más chicha. Sobre el huayno se escuchan las carcajadas de los que ven una escena absurda: Paulo esta correteando a alguien que se hace el loco porque no quiere más chicha durante el trabajo. Parece ilógico que en ese momento alguien no quiera recibir algo que es tan valioso en este lugar.
El cielo se va volviendo gris mientras el sol cae detrás del Apu Wañin. Todos trabajamos más rápido y apuramos al resto con una mayor intensidad. Tenemos que acabar hoy porque la celebración ya está preparada. Cuentan que nunca parece posible y al final se puede. Las señoras ya tienen todo casi listo para que los hombres entremos finalmente a la cocina. El trabajo toma un ritmo frenético. Finalmente el techo está listo. El maestro de obra se dirige al patrón en señal que la obra se terminó. Basilio a su vez agradece a todos y nos invita a pasar a su cocina. La formalidad invade el momento.
Desde afuera nos inunda un intenso olor a fritura. Mis ojos están entreabiertos por el humo del fogón y las sartenes. Pasamos al fondo de la cocina abriendo un campo dividido entre mujeres y hombres. El patrón sirve personalmente a todos los que hemos trabajado. La comida para esta noche es el plato común en los trabajos de Ayni: Lisasuchu. Ollucos (lisas), tortilla de maíz, rocoto relleno arrebozado, cuy frito, embutido de interiores y sangrecita del cuy y un montón de arroz con fideos fritos. Esto encima de toda la chicha, ya no queda dónde esconderme.
El patrón y su esposa hacen apagar la radio. Basilio se saca la gorra y su esposa el sombrero. Ambos de pie dan unas palabras a todos los presentes a modo de agradecimiento. Se dirigen particularmente al maestro de obra, Jaime, quién se pone de pie. Luego de sacarse el chullo agradece muy emocionado a los presentes y a los patrones por su confianza. Jaime saca un par de cervezas y se las da a los patrones. Finalmente, luego de abrazos y aplausos todos seguimos rotando el vaso y la cerveza. La chicha no para de venir y yo cada vez más creativo.
Después de varias horas, los espacios separados finalmente se volvieron uno solo. Al ritmo de los huaynos clásicos y modernos, todos ocupamos la cocina en parejas. Bailando de las manos, moviendo la cabeza, girando en círculos y zapateando fuerte… esta es la manera de cerrar no solo un día de trabajo sino el término de una casa. La creación de un hogar nuevo en la comunidad.
Wasichakuy es techar una casa. En quechua wasi es casa y chakuy implica techar en ese contexto. Este no es un día cualquiera de trabajo: es el último de día de trabajo. Todo el trabajo realizado y recibido por los presentes es agradecido por los dueños de la nueva casa y celebrado por la comunidad. Techar una casa o wasichakuy se trata de una celebración en sí misma: hemos celebrado tomando, hemos celebrado comiendo, hemos celebrado bailando, pero más que todo, hemos celebrado trabajando el uno para el otro.
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