MI DULCE COMPAÑÍA
Y se cerró el círculo. El viejo anhelo de Elenita Santos Izquierdo por rescatar los sabores que la acompañaron desde la infancia se cumplió con Mi Dulce Compañía.
Y se cerró el círculo. El viejo anhelo de Elenita Santos Izquierdo por rescatar los sabores que la acompañaron desde la infancia se cumplió con Mi Dulce Compañía.
Escribe María Elena Cornejo (Twitter e Instagram @cucharonviajero)
Y se cerró el círculo. El viejo anhelo de Elenita Santos Izquierdo por rescatar los sabores que la acompañaron desde la infancia se cumplió cuando inauguró Mi Dulce Compañía, un local pequeñito y coqueto donde recrea postres tradicionales cuyo origen se remonta a la Colonia.
No sin sorpresa me enteré que el emblemático restaurante El Rincón que no conoces empezó como dulcería tradicional, con la recetas de los postres de olla que la abuela y la bisabuela cañetana habían ido recogiendo y alterando de acuerdo a los ingredientes que tenían a mano. Elena recuerda que cuando vivía en Lince, la abuela quiso vender arroz con leche, mazamorra de cochino, humitas dulces y demás a través de una ventana que daba a la calle. La pequeña Elena se aterrorizó porque en el colegio le decían “negra tamalera” y la tienda casera no haría más que reforzar el prejuicio. La abuela claudicó, pero los dulces siguieron siendo como el pan de cada día.
Su madre, la querida Teresa Izquierdo, aprendió repostería mientras estuvo interna en el convento de las monjas de Santa Clara, un oficio que permitía ganarse el sustento a la gente en situación de pobreza y marginada. Con el tiempo los dulces cedieron paso a la cocina criolla y se tejió la hermosa y esforzada historia que hoy conocemos. Pero la dulcería seguía siendo una asignatura pendiente en el cuaderno de Elena.
En su flamante local quiere alternar un centenar de dulces manteniendo algunos inamovibles que son como su sello personal. Allí encuentra huevo chimbo, ranfañote, maná, frejol colado, bodoque, bola de oro, crema volteada de café y arroz zambito al lado de repostería contemporánea como torta de chocolate, bavarois de guindones, suspiros y un largo etcétera. También pone empanadas de pollo y res con generoso relleno, carne picada a cuchillo, huevo, aceituna y cebolla cocida a punto transparente. Lo que destaca es la hechura casera, tradicional, querendona.
Pero en un dulcería hay que probar postres y eso hice. El primero fue un increíble ranfañote. Dulce complejo, lleno de matices y texturas en el que se mezcla el sabor del pan crocante con la miel de chancaca, el queso fresco, las pasas, los coquitos chilenos, algo de pisco e hilos de cáscara de naranja.
El bodoque es un dulce trabajoso y delicado que requiere pericia para lograr el punto; tanto como el frejol colado o el manjar de pallares. Las preparaciones son largas, el fuego lento, la paciencia a prueba y la dedicación total mientras se menea la olla. Es cierto que comer una porción completa de cualquiera de estos dulces coloniales puede provocar un coma diabético, por eso existe la opción de llevar o comer entre varios. Son postres familiares, “pasados de moda” en los que un par de cucharaditas bastan en estos tiempos bajos de azúcar, colesterol elevado y diabetes en ciernes. Le falta ofrecer café, un shot de pisco o algo que contrarreste el dulzor. Todo eso está en camino, el primer paso fue dado y ahora toca ponerle un poco de dulzor al día a día.
LOS DATOS
Mi Dulce Cía. Ignacio Merino 489, Miraflores (altura cuadra 7 de Av. La Mar) / Teléfono. 288-5417 / Horario: de martes a sábado de 16:00 a 22:00 horas / Atiende pedidos.
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