Tenía muchos años sin volver a mi país. Los años fuera me hicieron desconocerlo, y por eso mismo tenía sentimientos profundos acerca de volver, volver para reconocerlo. Creo que tu sitio de origen se queda siempre dentro de ti, nunca se olvida por completo.
Es inevitable que el trabajo que realizo revele mis experiencias, mis historias. Yo volví a Perú para eso, para transmitir con mi trabajo una historia entrañable para mí. Reconocer verdaderamente mi país por medio de Mater Iniciativa fue uno de los mejores caminos. Los días con Santiago (encargado del comité especializado Mil) y Seferina (encargada del proyecto Warmi) Pillco cambiaron mucho mi forma de pensar, mi forma de entender muchas cosas, cómo funciona todo cuando vives a más de 3000 msnm.
El día empieza muy temprano -más de lo usual para mí en Kajllaraccay, una de las comunidades pertenecientes a Maras, y muy cerca de la zona arqueológica de Moray. A las 5 am ya puedes ver la luz asomarse y con ella comienza del día para Santiago y Seferina. Un empezar lavándose la cara con agua muy fría que ha estado reposando toda la helada noche en el pozo en donde la juntan. Ella se desata las trenzas para lavarse el largo cabello negro y luego peinarlo para hacérselas de nuevo. Siempre anda muy apresurada, corre de aquí para allá, le da de comer a sus animales mientras va cocinando el quaker de quinua para el desayuno. Nos juntamos los tres en la cocina para desayunar.
Después de acabarme la primera taza de quaker, me sirven otra, y me la tomo feliz, aunque insisten en ponerle mucha azúcar. Después de desayunar, Santiago se marcha con los bueyes al campo para trabajar y Seferina y yo nos alistamos para ir al mercado de productores de Urubamba de los miércoles. Nunca he ido y estoy muy emocionada, me gustan mucho los mercados. Salimos un poco antes de las 7 am para alcanzar al camión y en el camino nos fuimos encontrando con las demás señoras del pueblo que también vienen. La mayoría son mujeres, somos alrededor de 25 personas. Todos cargan sus sacos de productos que llevan para vender y los suben al camión, y luego subimos todos y nos sentamos sobre ellos. Vamos bastante cómodos. El camión empieza a avanzar y se balancea de izquierda a derecha, pero yo no me preocupo, es una experiencia increíble.
A lo largo del camino se va subiendo más gente y se suman más paquetes y al final vamos todos apretados, como sardinas. Para mí es gracioso. Me pongo de pie para observar el paisaje, pues es muy inspirador ver todo desde el camión. Creo que ese día no me lo olvidaré nunca en la vida. Voy en un camión que se balancea de un lado a otro, lleno de gente y sus productos, y todos hablan en quechua. Yo no entiendo nada pero todos me miran y me sonríen e intercambiamos algunas palabras. Es un momento especial, entre los colores de los aguayos en donde llevan sus bolsos personales y sus bebés, las conversaciones en quechua, y el olor a ruda y las otras plantas que llevan. Todo eso te acompaña en la ruta y lo hace más especial aún. Creo que después de vivir eso dejé de sentirme extraña en mi propio país, empecé a reconocerlo y me sentí mas de ahí que de cualquier otro lugar en el mundo.
La llegada al mercado fue un poco alborotada. Todos bajan del camión los enormes costales llenos de chuño, avena, quinua y habas. Las mujeres hablan a gritos. No entiendo casi ninguna palabra quechua pero comprendo que se ha perdido un costal de productos y están buscando a quien lo ha tomado. Es fácil confundirse porque los costales lucen todos parecidos y el carácter fuerte de estas mujeres sobresale en esta situación. Es bueno ver cómo defienden los suyo y cómo se apoyan mutuamente. Finalmente se soluciona todo y podemos continuar.