NEGRITOS Y PRESTIÑOS: LA NAVIDAD MÁS LARGA DEL MUNDO ES EN HUÁNUCO
La fiesta tradicional huanuqueña representa la historia de los esclavos de las grandes haciendas y satiriza a las autoridades.
La fiesta tradicional huanuqueña representa la historia de los esclavos de las grandes haciendas y satiriza a las autoridades.
Escribe Sonaly Tuesta (IG @sonalytuesta) / Fotos Martín Alvarado
Más de un centenar de cuadrillas o cofradías de negritos llenan Huánuco de talento y devoción, desde la víspera de Navidad hasta el 20 de enero. La ciudad se transforma en un mosaico de colores y melodías, celebrando una tradición que late con fuerza en el corazón de su gente, evocando la memoria viva de generaciones enteras. Es que son los Negritos de Huánuco.
Como cada año, habíamos acordado que los prestiños serían el postre. Nuestro apego a las tradiciones era tan profundo que nos fascinaba la historia detrás de estos dulces huanuqueños: nacidos de la ingeniosa necesidad de aprovechar las yemas de huevo sobrantes, mientras las claras se usaban en la argamasa para construir el emblemático puente Calicanto.
¿Volveríamos a Huánuco? Por supuesto que sí. La memoria es puntual y harto generosa, se instala como un proyector y trae las imágenes navideñas en los ojos saltones de un negrito o en un corachano alegrón y desinhibido que ridiculiza al corregidor y hace sonar la matraca a centímetros de tu oído. Juguetea, sonríe y, en un gesto lleno de fervor, se despoja de la levita para acercarse al niño Jesús en el pesebre. Es la primera adoración, el reencuentro tras un año de ausencia y preparación que da sentido a toda la espera.
¿Qué momentos marcarías como especiales durante la ejecución de la danza?,le pregunto a Gustavo, quien llega a la escena vestido como caporal, ese negro de confianza del amo que lidera el baile, el único permitido a los esclavos cada 25 de diciembre.
Se toma un instante antes de responder, como quien busca las palabras adecuadas para describir una emoción que apenas cabe en el lenguaje.
“Si hablamos de momentos especiales en la Danza de los Negritos, hay dos que siempre quedan en el corazón. El primero es el baile de adoración al Niño Jesús. Ese instante lo esperamos todo el año. Nos preparamos con ensayos, ajustamos cada detalle del vestuario, las máscaras, las banderas… todo. Es el primer baile, el que marca el inicio de la festividad. Allí le agradecemos al Niño por las bendiciones del año que pasó, y por permitirnos danzar para él una vez más. Es un momento lleno de devoción, de alegría profunda, porque por fin se cumple el anhelo de un año entero».
Hace una pausa, respira hondo, y su mirada se torna más seria, más nostálgica. “El segundo momento, sin embargo, ya no es tan alegre. Es el baile de despedida, el último. Es cuando la cofradía completa —caporales, pampas, dama, turco, abanderados— se despoja de sus trajes y máscaras. Al final, cada uno se quita la careta, dejando al descubierto el rostro real, pero también la emoción cruda de la despedida. Es un momento cargado de tristeza, de melancolía, porque sabes que el ciclo termina. Para mí, es imposible no llorar en ese instante; la danza es parte de mí y despedirme de ella, aunque sea temporalmente, siempre duele».
Gustavo sonríe apenas, pero sus ojos guardan la intensidad de quien vive con el alma cada paso y cada gesto de esta tradición. Tal vez como lo hace Yudi Castañeda cuando moldea la masa y se percata del punto de miel, ahora que empezado la jornada y debe producir más prestiños porque desde el 24 de diciembre hasta el 20 de enero, la Navidad más larga del mundo es en Huánuco.
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