HEINE HEROLD: LA NOCHE BUENA Y LA MESA DE LA REFLEXIÓN
El año puede haber sido el más agitado o incierto, pero en la mesa, con lo que buenamente se tenga, debe primar todo aquello que nos une y refuerza nuestra humanidad.
El año puede haber sido el más agitado o incierto, pero en la mesa, con lo que buenamente se tenga, debe primar todo aquello que nos une y refuerza nuestra humanidad.
Escribe Heine Herold (IG @heine_herold) / Foto Portada Carlos Ruíz Huamán
Las celebraciones de fin de año son estruendosas y colmadas de buena energía. Como dice una canción de Mecano: “Otra vez el champán, las uvas y el alquitrán…”; pero, ¿en qué debemos enfocarnos?
A fin de año todo se pinta siempre de colores rojo y verde, las luces que emiten sonidos navideños y los toribianitos omnipresentes en cada supermercado. Las colas y el tráfico presagian unos días en donde nos olvidamos de la rutina y nos enfocamos en pasarlo lo mejor posible. La mesa navideña nunca fue la excepción y una noche al año nos proponemos embebernos de los sabores dulces y salados de la cena del 24. Pavos asados, piernas de cerdo, jamones glaseados, enrollados de carne, roast-beefs, acompañados de arroces, ensaladas y purés con todas las frutas y elementos no habituales en nuestro día a día, hacen del banquete navideño la mayor excentricidad gastronómica, por así decirlo.
Amamos esos sabores y aromas, tal vez porque se presentan en nuestras vidas una vez al año y desaparecen hasta más de 300 días después pero, principalmente, por el componente nostálgico que dicha comida acarrea. Es inevitable que los aromas que se dispersan desde la cocina evoquen épocas de familia, de abuelos, primos, de algún convidado que no tenía posada para la Noche Buena y de mucha unión. Mi familia cenaba temprano, a golpe de 10 de la noche, la regla se impuso siendo empáticos con los niños que no llegaban a la medianoche. Luego de compartir un par de copas y de unas risas, llegaba el llamado a la mesa y ahí era imperioso diseñar una estrategia para no caer en batalla tan pronto. El reto era alcanzar a comer un poco de todo en la mayor cantidad de repeticiones. En mi caso, casi nunca llegaba al colofón de chocolate y panetón, ya para ese entonces había sucumbido entre el pavo con cantidades industriales de jugo y la ensalada de papas, mi combinación navideña preferida.
Terminada la cena y desabotonados los pantalones, tocaba la repartición de los regalos a cargo del benjamín de la familia. Primero mi hermana, luego llegó mi hermano y se le cedió la posta y posteriormente mis sobrinos se hicieron cargo de la tarea. La parte culminante y más importante de todas, era el momento en que la familia se reunía alrededor del pesebre y mi papá hacía la reflexión del año acompañada de una lista de motivos para estar agradecidos. El acto terminaba con las oraciones que siempre acompañaron aquel momento de reflexión y unión familiar. Mi padre partió hace unos meses, así que toca replantear a quien le corresponde tomar la posta. El año puede haber sido el más agitado, el más turbulento o el más incierto, pero en la mesa de Noche Buena, con lo que buenamente se tenga, debe primar todo aquello que nos mantiene unidos y refuerza nuestra humanidad. Felices Fiestas.
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