EL SOL, EL LIMÓN Y LA FRESCURA DE UN PEZ
Hace poco regresé a verte mi Piura y fui a buscar un cebiche, mi plato de infancia, el palpitar de mi corazón, la tranquilidad absoluta de un mar esperando y el disfrute del sol.
Hace poco regresé a verte mi Piura y fui a buscar un cebiche, mi plato de infancia, el palpitar de mi corazón, la tranquilidad absoluta de un mar esperando y el disfrute del sol.
Escribe Rocío Heredia (I. @ro.heredia)
Si en algún momento de mi vida me preguntasen en qué lugar de los que he vivido me hubiera gustado nacer, sin lugar a duda escogería a Piura y la verdad creo que ahí nací, ahí conocí el amor por la gastronomía, ahí encontré personas increíbles que guardo en el corazón, fue ahí donde nació la hermana que la vida me regaló y es ahí donde me enamoré perdidamente de este plato con alegría y celebración que, para mí, es el cebiche.
Llegué a vivir a Piura a los 12 años, al costado de mi casa había una construcción cuidada por una familia cataquense, a quienes con mis hermanas y hermano llamábamos “Los Chicheros”, porque nunca les faltaba chicha de jora. Acostumbraba a ir durante la semana y escaparme después de llegar del colegio para comprar y comer ese increíble cebiche preparado al lado de una cálida cocina de leña, una mesa rústica con sillas de madera y calor de familia y un piso de tierra noble que solo este lugar podía brindar.
Lo recuerdo y siento esa encantadora voz cantada de todas las edades que salía a recibirme, cual majestuoso bodegón pintaba cada producto esperando para ser compartido, la chicha de jora fresca reposando tranquila en una mágica jarra de barro que nunca estaba vacía, rodeada por pequeños envases de calabaza llamados “cojudito”; y una fuente de cerámica llena de limones sutiles y tahitís traídos de los valles de San Lorenzo, del Chira o Chulucanas. Este hermoso limón se siembra y cosecha durante todo el año, viene de tonos verdes, brillantes, robustos, jugosos y con la acidez perfecta para lograr el matrimonio ideal con el pescado más fresco: ojo de uva, caballa, cachema, jurel o mero cubiertos de culantro picado y, como siempre digo, trocitos pequeños del ají limo, aromático, con garbo, gran personalidad, picardía y enamorador como un tondero. Compañeros inseparables con la zarandaja, frejol típico de esta región, pequeña, elegante, suave, de sabor simplemente delicioso; camote fresco; yuca sancochada y canchita con chifles, de láminas delgadas para darle el toque crocante. En la simpleza de su preparación está la belleza de este plato, en sus manos, su compartir, la conversa interminable y agradable.
Hace poco regresé a verte mi Piura y lo primero que hice fue buscarte para disfrutar mi plato de infancia, el palpitar de mi corazón, la tranquilidad absoluta de un mar esperando y el disfrute del sol de las personas que me adoptaron con su cariño y me han hecho sentir que pertenezco a este increíble lugar, los Augusto, Castañeda, Vásquez, Durand, Távara, Ortiz, Zapata, Gazzani, Trelles, Infante, Talledo, Ortiz, Pizá, Sialer, Amaya, Díaz, González del Riego, García, Cortez, Yarlequé, Seminario, Zapater, Sotelo, Szczesny, Liziola, Timarchi y Marisol Paiva, con quien tuve la suerte de hablar antes de su viaje inesperado.
Escribo y siento, por fin, después de tantos años, que pertenezco a un lugar. Mientras regreso escucho a lo lejos una cumbia que me despide con el recuerdo de la felicidad perfecta, cantada y bailada con mi hermana, entre risas y alegrías, en honor a esta bella tierra norteña.
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