Escribe María Elena Cornejo (Twitter @cucharonviajero)
Nunca he estado en Marte pero me parece que Islandia podría ser la antesala perfecta de un viaje interespacial. Islandia es un país extraño, diferente, de una belleza perturbadora, visceral, no solo por las rústicas y escarpadas montañas, las playas de lava negra, los géiseres teñidos de verde agua, las cascadas alucinantes y los lagos de agua humeante sino por la amenaza latente de cualquiera de los 130 volcanes activos listos a erupcionar de repente con furia inimaginable. La última fue en el 2010 cuando el volcán Eyjafjallajökull entró en actividad y escupió a su gusto lava, fuego y cenizas durante quince días obligando a cerrar los aeropuertos en más de 20 países de Europa.
Si en la China la cantidad de habitantes por km2 es de 6,300 personas, Islandia se sitúa en las antípodas con 3 habitantes por km2. Da la impresión que sobrara espacio, que sus poco más de 300 mil habitantes (tantos como Tacna en siete veces más superficie) vivieran a sus anchas unidos por autopistas modernas y bien conservadas.
La naturaleza es tremebunda, por contraste sus habitantes son abiertos, sencillos, trabajadores, con un profundo vínculo con su entorno y esencialmente libertarios. Les encanta cantar en coros y bailar, más aún durante los siete meses de oscuridad que los obliga a hacer una vida ‘normal’ en medio de las tinieblas.
En 1980 los islandeses fueron los primeros europeos en elegir a una mujer (madre soltera) presidenta y los primeros en el mundo en optar democráticamente por una jefa de Estado. Hay un antecedente interesante que pinta de cuerpo entero a esta curiosa sociedad. El 24 de octubre de 1975 el 90% de mujeres se declaró en huelga reclamando igualdad de género. Fue un “viernes largo” que cambió para siempre la percepción sobre las mujeres en el país y las situó a la vanguardia de la lucha feminista mundial. En la ciudad y en el campo las mujeres salieron a las calles para cantar y arengar mientras los hombres se quedaron en casa como responsables de las tareas domésticas, recoger a los niños del colegio y tenerlos bajo su cuidado. El empoderamiento femenino fue tal que el 2010 una lesbiana asumió el cargo de Primera Ministra y fue la primera líder de gobierno en el mundo declaradamente homosexual.
Estos tranquilos isleños, en algún momento paradigmas del liberalismo, son de armas tomar. En el 2012 luego de cacerolazos y protestas lograron mandar a la cárcel a banqueros y políticos responsables de la crisis financiera, los obligaron a pagar las deudas irresponsablemente asumidas y clausuraron varios bancos.
DE DUENDES Y OTROS FANTASMAS
La gente más educada dice no creer en los gnomos pero sin embargo los respeta. La prueba es que hace unos años el gobierno aceptó desviar una autopista que debía conectar la península de Alftanes con un suburbio de Reikiavik para no perturbar a los duendes que vivían en un área protegida de lava virgen. Ahí queda la ‘capilla’ o morada de los trolls (una roca de 4 metros que sobresale por el borde de la montaña) como símbolo del desvío.
−Y tú crees en los duendes, le pregunto al guía.
−No, dice con cierta timidez. Pero de que existen, existen. No son esos enanos deformes y verdes que acompañan al Papa Noel. Nuestros elfos, trolls y gnomos son silenciosos y solo se manifiestan cuando se les falta el respeto.
Amén de duendes este país tiene una increíble cantidad de museos (si tomamos en cuenta su población). El más extraño es el Museo del Pene o Faloteca que reúne cerca de 300 miembros viriles de mamíferos de Islandia, algunos en peligro de extinción. Y para ser consecuente con la tradición, el museo incluye representaciones de falos de criaturas mitológicas como los elfos y gnomos que son parte de la historia islandesa. El fundador, un historiador llamado Sigurdur Hjartarson, ha previsto donar el suyo, mientras tanto exhibe el de su amigo Jón Arason fallecido hace cuatro años.
Menos extravagantes son los museos de Energía Geotérmica (el 85% de energía primaria en Islandia proviene de las aguas termales empleadas sobre todo para calefacción); el de la Brujería (¿dije extravagante?), el de Geología (la leyenda asegura que las únicas piedras solares están ahí; por algo el escritor norteamericano Thomas Pynchon las nombra en su novela “Contraluz”); el de los volcanes (obvio, no?); el del Rock & Roll (Björk es la exponente superlativa de la música islandesa, como que el MOMA de Nueva York le dedicó una exposición retrospectiva en abril pasado en la que exhibió su trayectoria musical a través de diferentes géneros y múltiples disciplinas en las que interviene que van desde el cine hasta la moda); el de la Aurora Boreal (el espectáculo natural más extraordinario del planeta); y varios otros más.
DE BALLENAS Y OTROS PECES
Islandia es una isla, por lo tanto su gastronomía está basada en el pescado. Pero también es un país con un clima despiadado, con siete meses de oscuridad y temperaturas bajo cero no aptas para el cultivo. Por ello han desarrollado invernaderos y técnicas de conservación como el ahumado, la salazón, los encurtidos y los marinados.
Salmón, trucha, langosta, foca, bacalao, frailecillo (un ave parecida al pingüino) y hasta ballena (cuya pesca está permitida en una de las diez especies que existen en la zona) junto con el cordero y las carnes de caza son parte de la dieta diaria.
En el pequeño Reikiavik hay muchos sitios para comer desde informales cafés y fondas hasta restaurantes elegantes y vanguardistas que ofrecen una nueva cocina islandesa. Si está de paso no tiene más que ir a uno de los truck food que están cerca al muelle y pedir un Pilsur (hot dog) bendecido por Bill Clinton en una visita a la ciudad y los mejores de Europa para sus parroquianos.
La sazón es ecléctica, por los condimentos asiáticos y orientales que se emplean indistintamente. Es imperdible probar el skyr, suerte de yogur denso y aterciopelado que lo sirven tanto en platos salados como en dulces; el hákari (carne de tiburón fermentada en arena y luego secada), y la degustación de pescados que ofrece el famoso restaurante Prir Frakkar (el favorito de Jamie Oliver) en el que incluyen bacalao, pejesapo, salmón y por supuesto ballena, una carne oscura, de sabor intenso que llega cortada en láminas como el carpaccio aliñada solamente con ajo, sal y aceite. Una gran experiencia.
Una visita obligada es a la Laguna Azul en Keflavik (muy cerca del aeropuerto), allí encontrará una moderna central geotérmica cuyo remanente de agua ha formado una enorme y azulada laguna caliente (38ºC) en medio de un campo de lava. Un spa ad hoc ofrece tratamientos medicinales con barro volcánico y el restaurante de alta cocina Lava cierra con broche de oro una de las aventuras más originales que puede tener un viajero (Este artículo apareció originalmente en la revista Catering & Gastronomía).
Etiquetas: islandia, capital, isla, cocina, maría elena cornejo, reikjavik
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