EL OJO DEL COMENSAL: COMER EN DOMEYER DE BARRANCO
Carlos Carlín recorre la gastronómica calle barranquina y hace una revisión de sus locales favoritos.
Carlos Carlín recorre la gastronómica calle barranquina y hace una revisión de sus locales favoritos.
Escribe Carlos Carlín (IG @carloscarlinof)
Toda mi infancia, mi adolescencia y buena parte de mi juventud los viví, los juergueé y los disfruté en Barranco, uno de los distritos con más personalidad de Lima. Por eso, el Jirón Domeyer es para mi más que una foto turística o una locación publicitaria. Domeyer es historia y recuerdos. Es la casa del pintor Víctor Delfín y la bajada al antiguo Funicular.
Ahora que ya no vivo en Barranco me alegra descubrir que el Jirón Domeyer sigue vivo y vigente gracias a distintos proyectos gastronómicos tan buenos como diferentes. En la primera cuadra, cerca a la Avenida Grau, encontramos La Tostadora, un restobar con aires culturales que los fines de semana ofrece escenario a músicos nuevos.
En la segunda cuadra (esquina con San Martín), hace mil años quedaba la bodega de “La China María”, un negocio grande, lleno de anaqueles y con dos puertas plegables que daban a la calle: una al jirón y otra a la avenida. La China María vendía abarrotes y, sin necesidad de presentar libreta electoral, también nos vendió los primeros rones con Coca Cola. Ese legendario espacio hoy está muy bien honrado por Isolina, un clásico del buen comer que hace honor a la cocina criolla casera. Basta con ver a la distancia sus gigantescas colas para ubicarlo.
En esa misma cuadra esta Siete Restaurante y, un poco más allá, al lado del rancho de las entrañables tías Tere y Chelo Jorquiera, encontramos Awicha y Japonesa & Co. El primero con una carta creativa y de muy buena calidad y el segundo, pequeño, muy acogedor y realmente delicioso. Al frente, esta Casa Lola,siempre concurrido. Cruzando el jirón Arica, en la cuadra tres de Domeyer, una casona en esquina hoy es Rue, taberna con referencias francesas. A Barranco hay que caminarlo, disfrutarlo y hoy también, probarlo.
Por: Carlos Carlín El ojo del comensal
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