REPOSTERA Y EDUCADORA: EL MUNDO DULCE DE LA TÍA ROSA
María Reyes Quispe es la Tía Rosita, repostera y educadora, referencia de toda una generación de cocineros peruanos. Hoy Rocío Heredia nos cuenta un poco de su vida.
María Reyes Quispe es la Tía Rosita, repostera y educadora, referencia de toda una generación de cocineros peruanos. Hoy Rocío Heredia nos cuenta un poco de su vida.
Escribe Rocío Heredia (IG @roherediarce)
Hablar de ella es como sentir esa fuerza y calor increíble decidido de su voz, esas ganas de enseñar con orden, perfección, pulcritud y darlo todo, esa mezcla del olor de algún postre maravilloso recién horneado con la sutil y delicada manera de presentarlo, con tanto cariño, con tanta pasión.
Así es María Reyes Quispe, nació hace 63 años en la ciudad de Nazca, hija de madre ayacuchana y padre iqueño, siempre con energía, incansable, con buena actitud y con esa hermosa sonrisa que entrega a todos como muestra de cariño, sobre todo cuando la llaman Tía Rosa. La Tía Rosa, nació en una familia trabajadora unida a la cocina, a la edad de ocho años, con la enseñanza de su madre, se inició en el mundo dulce con la mágica manzana acaramelada de recuerdos de infancia: las vendía en una cancha donde jugaban fútbol, siempre al lado de su mamá, quien colocaba toda una humeante parrilla llena de anticuchos y pancita, mientras su papá acudía al paradero de buses para ofrecerles pescado fresco, entero y frito en un cálido perol.
Cuando tenía 14 años llevaba para vender a su colegio toffees, marcianos y bombas rellenas de manjar blanco hecho en olla. Su tía le enseñó a preparar picarones que vendía por las tardes en la puerta de su casa, con ello podía comprar sus cuadernos y útiles para continuar sus estudios. Mientras se involucraba cada vez más, al hacer las compras en la parada, al aprender a preparar algo nuevo, para vender y atender, su vida daba vueltas por el mundo de la pastelería sin saber que desde ya se estaba trazando un camino.
Un buen día el destino la llevó a trabajar a la Dulcería Cherry, una pastelería limeña donde conoció a Astrid Gutsche, su maestra, como la llama la Tía Rosa. Allí tuvo la oportunidad de trabajar y aprender de su mano pastelería francesa; una pastelería con técnica, refinada, que indudablemente le sirvió de base para fusionar con la nuestra. Rosa recuerda todo con mucho cariño, se le iluminan los ojos de orgullo cuando me cuenta que un 14 de julio de 1994 se realizó la inauguración del restaurante Astrid y Gastón. Luego se inició todo el proceso de enseñanza ingresando como jefa de pastelería. El primer proyecto hecho realidad fue Tanta, inaugurado en enero 2003, me cuenta que para ella ese era otro mundo, un lugar con varias personas trabajando, infinidad de productos, diferentes recetas y técnicas para una mayor producción de postres. Allí, durante cuatro años, fue la mano derecha de Astrid, posteriormente en un cálido espacio en Barranco llamado “el taller”, un lugar de enseñanza de toda índole, por el que hemos pasado muchas personas y con quienes al final se convirtió en una camaradería especial y mágica; donde se empezaron a desarrollar muchos nuevos postres para el Perú
Con la experiencia adquirida durante esos años, la Tía Rosa tuvo la oportunidad de empezar a viajar a todos los países donde se inauguraba un nuevo restaurante y cada seis meses viajó por 13 países para cambiar darle un toque de color, armonía, delicadeza y sabor a cada postre que caía en sus manos. En 2007 pasó a formar parte de los cocineros de corazón que iban a trasmitir sus conocimientos a la Escuela de Cocina Pachacútec. Ha formado y ha sido inspiración para que muchos alumnos que se iniciaron en la cocina, al conocerla, dieran un giro hacia la pastelería.
La Tía Rosa me dice que sus postres preferidos son el chocolúcuma, la tartita de maracuyá, el picarón y el turrón, con los que se inició. Me dice que su sueño es irse a trabajar a otro país para regresar y poner su taller junto con sus hijas. Que, a pesar de su edad, siente que tiene energía por todo el dulce que ha comido, que le encanta enseñar, pues le encanta trasmitir todo lo aprendido. Mi querida Tía Rosa, gracias por todo lo que has hecho, gracias por demostrarnos lo que es la vocación, gracias por llenar de dulce el camino de muchos chicas y chicos de Pachacútec, gracias por haberte cruzado en su camino.
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