PANAMÁ TIENE MUCHO QUE CONTAR
Panamá es un país de tránsito y de destino, pero sobre todo es un puente que une mares, continentes y culturas, mestizaje que se refleja en lo cotidiano y en el comer.
Panamá es un país de tránsito y de destino, pero sobre todo es un puente que une mares, continentes y culturas, mestizaje que se refleja en lo cotidiano y en el comer.
Escribe María Elena Cornejo (@mariaelenacorn2)
Panamá es una ciudad moderna con rascacielos que miran al mar y un Canal que ha marcado la vida de sus habitantes. Es un país de tránsito y de destino, pero sobre todo es un puente que une mares, continentes y culturas, mestizaje que evidentemente se refleja en su cotidianeidad, a veces con rigor europeo y otras con relajo caribeño.
Además del impresionante Canal, Panamá tiene un Biomuseo fantástico diseñado por el arquitecto Frank Gehry e inaugurado el pasado 2 de octubre después de varios años de planeamiento y construcción. Es la primera obra de Gehry en Latinoamérica y la primera en el trópico. “Fue diseñada para contar la historia de cómo el istmo de Panamá surgió del mar, unió dos continentes separando un gran océano en dos y cambiando la biodiversidad del planeta para siempre”, dice su presentación.
Gehry, responsable de obras tan emblemáticas con el Guggenheim de Bilbao, pretende mostrar, entender y conservar el medio ambiente convirtiéndolo además en una especie de laboratorio para estudiar la evolución de la vida. El Biomuseo cuenta historias, muchas historias. Del pasado y del futuro. Y lo hace por medio de galerías y “artefactos del asombro” que relatan el nacimiento del istmo y su gigantesco impacto en la biodiversidad del planeta.
No es sorprendente entonces que uno de sus visitantes frecuentes sea Ferran Adrià. Su última visita fue hace algunos días, exactamente entre el 3 y 5 de diciembre, cuando comandó la muestra itinerante Innovation Space auspiciada por Telefónica, espacio interactivo en el que muestra la complejidad de los procesos creativos de sus platos y las innovaciones en su cocina.
No es experiencia aislada. En lo que fuera una base militar estadounidense funciona desde hace varios años La Ciudad del Saber, suerte de foro socrático abierto al intercambio y generación de ideas innovadoras y que intenta cerrar la brecha entre el mundo empresarial y el académico.
En el Casco Antiguo de la ciudad, la curiosidad del turista obliga a pasar por la casa recientemente restaurada del cantautor panameño Rubén Blades. Y de ahí seguir sin detenerse hasta el Bajareque Coffee House (frente al antiguo Club Unión). Es un lugar pequeño, oloroso, decorado con fotografías de granos de café y escenas de la cosecha cafetalera tomadas en la finca Elida que tiene cien años de actividad en el rubro. Ahí mismo se tuestan los granos y se prueban diferentes tipos y preparaciones.
Una de las variedades más exclusivas del café en el mundo es el geisha, producido en las tierras altas de la provincia de Chiriquí (donde el gran Charlie Collins tiene su reino, su hotel, su cocina y sus invenciones). El geisha ha alborotado tanto el cotarro cafetero que se le llama con evidente dosis de cursilería “el champán del café”.
Por algo los expertos han pagado por esta variedad sumas exorbitantes en los foros especializados. Se trata de la geisha cultivada en la Finca La Esmeralda de la familia Petterson, por la que se pagó $178 la libra de café verde y poco más de $350 por la libra tostada. Sí señor.
La oferta gastronómica es variada. Desde Maito que ofrece cocina panameña contemporánea, hasta el peruano Segundo Muelle (ranqueado como uno de los mejores de la ciudad) pasando por el español Azafrán o el italiano Il Grillo. En Panamá hay mucho para ver, para comer, para conocer y para proyectarse al futuro.
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